Mi relación con las piezas de “lingerie” en mi matrimonio fue de amor-odio. A pesar de que me encantaban las piezas de cama de satén y las cuáles recién había descubierto, Mr. F era “alérgico”
Me fascinaban los baby-doll o los camisones bonitos, elegantes, esos que se sienten bien en el cuerpo. Los disfrutaba. Era un lujo que yo me permitía. A él le daba lo mismo una camisa de dormir de algún personaje de Disney, que también usé, que un camisón de dormir de encaje.
El Sr. Walt Disney merecería un post mas adelante.
Mi último intento de seducir a mi marido con una linda pieza negra de encaje y demás accesorios fue en un viaje de fin de semana. El viaje salió de un momento a otro. ¡Estaba feliz! ¡No lo podía creer! Íbamos en busca del Sol y de un poquito de felicidad.
El sábado después de regresar de cenar de un restaurante italiano, cena maravillosa con vino y boleros. La noche era fresca y el cielo estaba tachonado de estrellas. Sentía que mi corazón iba a reventar de tanta belleza, de tanta alegría, de tanta felicidad. Cuando llegamos al hotel, emocionada procedí a enfundarme en la pieza de lingerie y demás accesorios que había comprado esa misma tarde. Mr. F estaba ya en la cama leyendo como era costumbre.
Asomo un pie, él no lo ve. Dejo ver algo más que el pie, no hay respuesta. Saco la pierna completa con cancioncita y todo. El espectáculo completo: “tarar arara”
Para mi sorpresa le da un ataque de risa genuino, desde el estómago con lágrimas y todo.
Me sentí descolocada.
Entre al baño y me di una larga ducha.
Cuando salí Mr. F estaba durmiendo. A esa hora llamé a mi hermana. Hablamos de trivialidades. No hubo lágrimas, sólo desconexión.
Y si retrocedo en el tiempo, el primer tropiezo con las piezas de lingerie fue después de haber dado a luz a mi primera hija.
Después de algunos meses de haber disfrutado al 100% de ser mamá pensé que era momento de sorprender a mi marido.
Me encanta sorprender a las personas que están cerca a mí, sorprenderlas de una manera grata.
Mi joven matrimonio y mi marido no podrían ser la excepción.
Arreglé para festejar nuestro aniversario de matrimonio en el hotel donde pasamos nuestra primera noche de bodas. Esto me generó una cierta culpa, estábamos recién casados; eso era un gasto que no nos podíamos permitir. Pensé, es una inversión.
Cuando todo estaba listo y se lo comunico a mi marido con antelación, vía una de las ya conocidas tarjetas para él, me sorprende él a mí, diciendo que la empresa lo manda a un viaje muy importante. Lo celebraríamos el siguiente fin de semana. No me gustó mucho, pero había que apoyar al marido. Me preguntó lo que iba a ser una constante a lo largo de mi vida, ¿que te traigo del viaje? Esta vez, con no poca picardía, le dije, un baby-doll, pero bien sexy.
El día que regresó del famoso viaje y me entregó el baby-doll bien sexy pensé que mi cara se caía de la sorpresa. Reflejaba: fastidio no podía ocultarlo, lo horrible que me parecía todo. El modelo, necesitaba un manual de instrucciones para entender cómo ponerlo. La tela parecía de usar y botar. El olor.
Todo era de mal gusto. No lo podía haber comprado él. Lo confronté y me cuenta que fue con los amigos a comprarlo. ¿Perdón? ¿Necesitaba amigos para comprar algo tan privado?
Quería cancelar todo.
No cancelé nada y terminé yendo a celebrar el aniversario de matrimonio.
A los pocos días, me visitó una amiga muy querida, una amiga del alma a la cual le enseñé el “pedazo de tela” que jamás iba a usar. Con la franqueza que la caracteriza, me dijo, eso lo compró una mujer, seguro se lo pidió a la primera persona que pudo y se nota que quién lo hizo, lo hizo para salir del paso.
Pasé la página.
Hace unos largos años Mr. F había viajado a encontrarse con un cliente que yo había conocido y con el cual había cenado en varias oportunidades. El cliente y su esposa habían estado en casa para tomar unos tragos. Una pareja mayor, divertida, ligera encantadora. En ese entonces, no recuerdo por qué, le pedí que me sorprendiera, con un baby-doll. El más lindo que encontrara. Lo noté incómodo. Es verdad, que nunca me había regalado nada semejante ni relacionado. En esos días no me molestaba en parar y reflexionar, estaba muy ocupada para eso. Al regresar, me entrega el famoso baby-doll perfectamente envuelto, como un regalo de cumpleaños.
Le agradecí mucho. Sentía como se dibujaba mi sonrisa. Abro el regalo. No es exactamente algo que yo me pondría. Simplemente no era mi gusto. Me “leyó” inmediatamente. Imposible disimular sobre todo en esos años. Después me di cuenta de que es un arte qué se puede perfeccionar.
Disparé la pregunta de rigor ¿Dónde lo compraste? No contestó. Empezó a titubear, cambió el tema. Por último, me dijo ya tienes lo que quieres, sabes que no me gusta entrar esas tiendas. Son de mujeres. Mis ojos se salían de sus órbitas y vino la siguiente pregunta ¿Quién lo compró? y su respuesta, bueno, me cayó como balde de agua fría. Hay un dicho que dice: “no preguntes lo que no quieres saber” Este era uno de esos casos.
La siguiente vez que nos reunimos con Will y su esposa le agradecí el gesto tan amable, a los dos por supuesto, nunca había visto a Mr. F tan fuera de sí, públicamente. Pensé que le iba a dar un infarto. No puedo negar que me produjo una pequeña satisfacción. Toda la situación era extraña. La esposa de Will tampoco sabía del bendito baby-doll.
En retrospectiva, jamás le interesó ni el baby-doll más sexy ni la ropa de cama más suave. Esa era una pieza de las tantas del rompecabezas de 10000 piezas.
Me casé muy joven, inexperta, ilusa. Hoy, ésta sería una bandera roja para cualquier chica. Para mí no fue ni siquiera una bandera sino más bien la expresión de un marido sin gracia, de un marido aburrido.
Por otro lado, me sugería constantemente que yo era muy “hot” Felizmente nunca tuve un sentimiento de culpa como era su intención.
Lo que sí logró y yo permití fue ahogar la expresión sana de mi sensualidad y sexualidad.
Comments