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GASFITERA, Electricista Mecánica


Es verdad que nunca vi a mi papá cambiar un foco de luz, pero tampoco recuerdo haber visto el foco quemado. Si había algo malogrado en casa se arreglaba rápidamente. (para ayer, algo que yo he heredado).

Nosotros, mi exmarido y yo, iniciamos nuestra vida de casados en un departamento muy antiguo y que había tenido poco mantenimiento, por decir lo menos.

Con la ayuda de un fiel albañil, casi miembro de la familia, bajo las órdenes de mi abuelo paterno logramos ponerlo muy lindo, cambiando lo mínimo indispensable. Era sencillo, pero acogedor, como todo lo que se hace con amor. Allí vivimos los primeros cuatro años y medio de nuestro matrimonio. Fui bastante feliz, aunque tuve que aprender a desarrollar algunas destrezas. Destrezas que nadie me obligó a desarrollar. Fue algo totalmente voluntario y natural.

Las cosas se malogran por lo tanto se arreglan.

Me convertí en electricista, cuando un día al prender la hornilla de la cocina en vez de prenderse, se encendió la luz de mi cuarto. Repuesta ya del susto y habiendo descartado posibles fantasmas. Mi reacción obvia fue voltear donde Mr. F, en busca de socorro. Yo, con ojos desorbitados. Él, me devolvió la misma mirada. Tranquilamente, me pidió que apague la cocina. Comeríamos un sándwich. No había manera. Podíamos comer el sándwich, pero por las razones correctas.

Abrí la caja de luz y empecé mi relación con los plomos. ¿Por qué volaban? ¿Necesitaba poner uno con más carga? ¿ Debía apagar la llave general? En esa época, no había google ni tutoriales de You Tube, sólo intuición. Así fui aprendiendo a cambiar plomos hasta que un día la carga eléctrica de la casa no dio mas y no hubo luz. No era cuestión de cambiar los plomos. Esos no eran.

Es increíble como puede haber mensajes que uno no detecta. Alguna vez leí que la falta de luz en la casa está relacionada “al uno no estar preparado a ver” un problema que produce mucho dolor pero que en ese momento no se está en condiciones de resolver. No podía ser mas exacto.

Era la caja de luz de la calle. Con la irresponsabilidad, la ignorancia, y la audacia propia de mi edad me acerqué a la caja de luz que correspondía a mi departamento. La abrí y saqué unos plomos grandes y gordos. Mr. F había llamado a las empresas eléctricas, pero ese día no trabajaban, era feriado. No podía estar sin luz, tenía que trabajar. Él pensaba que todo era culpa de mis experimentos. Tampoco tomaba acción. No quería hacerlo. No le interesaba, a pesar de ser un eximio Boy Scout.

Fui a la ferretería, compré los plomos, los cambié. Cuando el guardián del condominio me vio, pegó un grito, casi muero del infarto, me explicó que eso se ponía con una herramienta especial y con zapatos de jebe. ¡Me hubiese podido electrocutar! Mr. F no se enteró del incidente. Ya teníamos luz. Problema resuelto. Lección aprendida.

El carro que teníamos. vino con una falla de fábrica, el “mínimo” del motor. Esto quiere decir que cuando uno frenaba se apagaba. ¿Siempre? No, a veces. Al final, era muy seguido. Se apagaba con mucha frecuencia, generalmente al cruzar una avenida principal, cruzando un semáforo que cambió a ámbar o sea en situaciones donde uno reza que por favor no me lo hiciera otra vez. Conversábamos mucho. Le iba pidiendo que no me hiciera pasar un mal momento.

El mecánico, me había explicado, que el mínimo se subía con una moneda y así podíamos andar varios kilómetros más hasta que eventualmente no quedaba más que visitar el taller.

El taller para mi se convirtió en el equivalente a la peluquería, para cualquier mujer, debido a la frecuencia de las visitas y la duración de éstas. Mr. F nunca le interesó usar el truco de la monedita. Se ponía nervioso, cuando el carro se apagaba, y me pedía que yo lo hiciera porque él estaba manejando. Súper lógico, yo había estado en esa situación y era ligeramente incómodo bajarse, levantar el capó, ejecutar la maniobra, cerrar el capó y subirse al auto para seguir camino. Todo esto con los cláxones de la gente detrás.

Me imagino cuando veían a una mujer bajar del carro, los que estaban atrás querían llorar. Ya lo hacía con cierta pericia, pero con mucho nerviosismo.

Tuvimos un problema en la cocina. un goteo de agua en el caño y el gasfitero podía venir, pero “en el transcurso del día”. Me indicaba las medidas de primeros auxilios. Mr. F me miraba de reojo y con desdén no le parecía tener que hacerlo en ese momento. Yo no quería convertir el departamento en el arca de Noé.

Curiosamente, las fugas de agua están relacionadas con las emociones. Las pérdidas de agua se dicen están relacionadas a la perdida de ilusión, alegría.

Parecía que este departamento estaba cargado de sabiduría.

Nunca entendí su falta de interés por las cosas de la casa que se prolongó y se intensificó con el pasar de los años. Él me decía que no entendía del tema, por lo tanto, prefería no meter la mano y causar un mayor problema. Tampoco quería meter mano en el teléfono, para llamar al técnico.

Una noche, yo me encontraba leyendo con la luz de una vela, pensé que no había luz en mi distrito. Era muy común en esas épocas de bombas y terrorismo. Mr. F irrumpe y sin ni siquiera saludar, grita diciendo, somos el único apartamento que no tiene luz. Recuerdo haberle contestado, con el corazón en la garganta y ¿Cuál es el problema? ¡No pasa nada!

Mr. F montó en cólera y no sabía qué hacer sólo gritaba y yo lo observaba. Parecía un cuy en feria. Venció su orgullo y me dice, “Hay que hacer algo”. “Bueno le contesto, llama a “hayque”. Es algo que aprendí de mi mamá. Ella ya me había aconsejado que no resolviera todo porque si no él no iba a mover un dedo. Finalmente, para variar, terminé cediendo y revisé los plomos. Habían volado, otra vez.

En vez de alegrarse y agradecer que era lo que yo esperaba, me imagino. Lo dio por sentado.

Más desilusión. Mas desconexión. Desconcierto.

Hoy lo agradezco profundamente porque puedo desenvolverme muy bien en estas áreas y con mucho orgullo.

Tantos mensajes que el departamento daba, era cuestión de prestar atención. Jamás hubiese entendido el mensaje, hace 33 años.


Hasta el carro tiene simbolismo, pero ese es un tema a parte.

Debo confesar que nunca entendí ese desinterés que luego se volvió apatía y terminó casi en irresponsabilidad.

Creo que Mr. F hubiese preferido llamar al técnico cada vez que había una avería, pero era un lujo que no nos podíamos permitir. Mi actitud de resolver los desperfectos le terminó molestando. ¿Cuál era la solución?


Mr. F era un gran dirigente Scout, tenía que haber pasado por 1000 pruebas para llegar donde estaba, pero incapaz de cambiar un foco de luz o de armar un mueble. No podía, no quería o simplemente no le interesaba.

El novio dulce y atento, aparecía de vez en cuando y de cuando en vez.

Yo estaba conociendo otra faceta de su personalidad que a veces me asustaba. Muchas veces. Y lloré todo lo que no había llorado cuando éramos novios, donde tuvimos desencuentros, que se arreglaban con paz. Ahora, Mr. F perdía la paciencia. Subía la voz.


Quizás ya su subconsciente empezaba a dar muestras de disonancia. Estar viviendo una vida que no era coherente con su sentir, quizás, se manifestaba hasta en esos pequeños detalles o detalles no tan pequeños.








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