El día que salí de la que fue mi casa por más de 20 años no puedo decir que sentí tristeza.
Fue un sentimiento que me es difícil explicar pero que si lo tuviera que poner en palabras sería una mezcla de alivio y vació,
Los meses previos a la mudanza fueron meses de mucho ruido, agitados, ocupados, emotivos.
Ordenar y sistemáticamente iba por cada habitación separando lo que se regalaba, lo que se vendía y lo que venía a la nueva casa.
Tengo que confesar que traté de ser eficiente, ejecutiva, pero lo logré.
Lloré. Mucho.
Fotos, tarjetas, trabajos escolares de mis hijos me trasladaban a tiempos felices, donde pensaba y sentía que tenía un matrimonio feliz, no perfecto, pero feliz. Y que valía la pena, por supuesto.
Llego un día que no quise saber mas ni del orden, ni de la nada. Simplemente quería desaparecer todo. Habían muchos recuerdos, toda una vida. Esa vida se había terminado y me habra dado unos hijos maravillosos, momentos felices, tristes, angustias, celebraciones, enfermedades, pérdidas, alegrías, risas, y llanto.
Todo lo que puede pasar en 30 años.
Era momento de empezar nuevamente. Otro libro. O quizás otro capítulo en el mismo libro.
Me tomo diez días vender la casa donde habíamos vivido por mas de 20 años. Me dieron dos meses para dejarla.
No sabía dónde iba pero tenía la certeza que iba a encontrar el apartamento que había estado soñando .
Y así fue.
Después de veinte días apareció la que sería mi nueva casa.
Eran momentos especialmente duros y complicados por otras razones. Si hoy, miro para atrás no sé de donde saque la fuerza para hacer todo lo que hice y no morir en el intento.
El día que dejé mi casa pasé por cada habitación, el cuarto de juegos que luego se transformó en una sala de amigos, la cocina, mi dormitorio, el jardín.
La casa estaba casi vacía. La sensación era extraña.
Agradecí mucho por tanto.
Me di media vuelta, y salí hacia mi nueva casa sin mirar atrás.
Dias o semanas más tarde, quizás, pasé delante de ella.
Era inevitable, casi obligatorio.
Me estacioné.
Y la vi erguida pero triste, parecía que compartíamos la misma tristeza, el mismo dolor. Sentí que conversábamos y casi podría decir que nos dábamos ánimo mutuamente.
Semanas después me di con la sorpresa que de esa casa linda, fuerte, con personalidad, no quedaba nada; solo escombras. Había sido totalmente destruída. Iban a construir un edificio.
Algunas veces tenemos que deshacer para volver a hacer.
Igual que la casa.
En mi siguiente visita vi un edificio bello, casi terminado. La puerta de entrada estaba en la calle adyacente. Todo había cambiado.
Igual que en mi vida.
Me sentí feliz, era todo un símbolo para mí ese edificio. De lineas limpias y arquitectura moderna.
Sentada en mi camioneta y contemplando el edificio les deseé a todos los futuros habitantes que fueran muy felices.
Yo había sido feliz, mis hijos habían sido felices....
A partir de ese día empezó mi proceso de sanción en modo acelerado.
Había un detalle especialmente “ particular”. Fue en esta casa donde tantas veces me pregunte si mi marido estaba teniendo un affaire. Lo confronté innumerables veces. Siempre lo negó. Nunca faltó una noche a dormir, nunca faltó a una celebración ni a un cumpleaños si es que no estaba viajando por trabajo.
Fue aquí donde recibí el golpe mas duro que una mujer puede recibir del hombre que ama, “ Ya no me atraes como mujer”. Fue aquí donde una noche fría de invierno que me pidió salir a la terraza, ya cuando los niños dormían y que dijo eso que marcó el resto de mi vida.
Hubo shock, mas no sorpresa. Hubo rabia pero comprensión. “ Tengo un amigo y estoy en problemas pero no es lo que estas pensando… “
Esa noche fue la mas difícil, la mas confusa, se confirmaron mis peores pesadillas. Esa noche empezaron unos años duros, difíciles pero también los años donde crecí como ser humano…
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